El Turismo, Toledo y los toledanos
El turismo está considerado, acertadamente, sin duda, como un elemento dinamizador del desarrollo de los pueblos. Un claro ejemplo de ello lo encontramos en el avance económico que supuso para nuestro país, la masiva afluencia de turistas a partir de los años 60 y 70.
Sin embargo, casi medio siglo después de estos hechos, parece claro que hay que encontrar un punto de equilibrio entre el número de turistas que recibe un núcleo determinado, el bienestar de los ciudadanos y todos los servicios que se ofrecen, encuadrado todo esto, como no, en un marco ambientalmente sostenible.
Y esto no es fácil. En España contamos con un ejemplo para cada tipo de barbaridad en materia de turismo: Desde el punto de vista de la masificación, del urbanismo o de la explotación de recursos naturales. Mallorca, Marbella o la costa murciana dan buena cuenta de ello.
Sin embargo, existe otro modo de romper el equilibrio menos conocido y no muy frecuente, pero altamente destructivo, como el que tiene lugar en Toledo.
El punto de partida es una concepción negligente de los intereses del turista y de la oferta de la ciudad. Aquellos que sostienen este pensamiento, que son la mayoría de los concejales del Ayuntamiento de Toledo, con independencia de su color político, creen que los intereses del turista son, únicamente, visitar aquellos lugares de singular belleza e importancia.
Creen que solo el mero hecho de contar con el Alcázar, la Catedral y otros lugares de interés excepcional, como la judería con sus dos sinagogas, La Casa-Museo del Greco o la Mezquita del Cristo de la Luz, justifica la visita a la ciudad.
En mi opinión la existencia de esos monumentos y otros más justifica la visita a la ciudad, pero, si esto no se complementa con otros elementos, será imposible aumentar el número de pernoctaciones y el grado de satisfacción del turista o visitante, así como que nuestra ciudad sea considerada como un lugar al que merezca la pena visitar de nuevo.
Y es que entre visita y visita, el turista descansa a tomar un café, a comer y, cuando acaba de visitar la ciudad, sale a cenar en algún restaurante o va a tomar una copa a algún bar o terraza. Y, además, le gusta hacer todo esto acompañado por los habitantes de la ciudad y, si es posible, en un entorno lo más bello posible.
Todo eso es lo que falla en Toledo. Concebimos la oferta como un conjunto de monumentos de forma aislada y, al turista, como alguien interesado, exclusivamente, en la visita de los mismos, y no entendemos que, para que el turismo que viene a Toledo desee volver, tenemos que dotar al Casco Antiguo, que es el entorno por el que se mueven estos visitantes, de tiendas en las que comprar, bares y restaurantes adaptados a todas las capacidades económicas, actividades de ocio y, en primer lugar, de toledanos y toledanas.
Por esa misma razón, fue un error trasladar ciertas carreras al Campus de la Fábrica de Armas, porque se expulsó con ello de esta zona de la ciudad a cientos de jóvenes, como también lo fue instalar en la zona moderna de la ciudad la mayor parte de las Consejerías. Creo que fue otro error apostar por un centro comercial más propio de las ciudades dormitorio que circunvalan Madrid, y no promover la instalación de estos negocios en las calles de nuestro Casco, como también lo fue la desaparición del mercado medieval y permitir la ausencia de cines dentro de las murallas, así como el traslado del mercadillo semanal al Paseo de Merchán.
Y podrán decirme que ahora todo es más accesible y que el colapso de tráfico sería diario de haber realizado mis propuestas, que no había lugares para la instalación de Facultades y que los cines nuevos son más modernos y mejor adaptados.
Obviamente en ese argumento habría parte de razón. Pero yo creo que no es del todo acertada. Pienso que este tipo de decisiones están matando el Casco Antiguo de la ciudad y han sido tomadas ante una ausencia absoluta de soluciones imaginativas, que las hay.
Y es que a lo largo de mi vida he visitado decenas, cientos de ciudades. Entre ellas Roma, París o Estambul. Puedo asegurar que ninguna de ellas, le hace sombra a la mía. Toledo no tiene nada que envidiar a ninguna de las tres anteriores, ni a ninguna otra ciudad del mundo en cuanto a potencial se refiere. Sin embargo he visto demasiadas ciudades que, con un potencial insultantemente inferior, sacan partido de un modo envidiable a sus atractivos.
El Casco Antiguo está absolutamente vacío. Vive en él una quinta o sexta parte de la población que lo habitaba hace treinta años, y eso siendo generoso. Hay cientos de edificios vacíos y en estado ruinoso. Desde pequeñas casas de particulares a ingentes edificios que bien podrían albergar, previa reforma por supuesto, edificios públicos o privados.
Nos hemos olvidado, mejor dicho, se han olvidado, de que la ciudad es nuestra, de los toledanos. Yo quiero una ciudad llena de turistas, pues soy consciente de que aportan unos ingresos considerables y dotan a la ciudad de un carácter especial, pero quiero turistas satisfechos, apartados de esa oferta de precios abusivos y baja calidad y, para ello, es necesario que se preocupen algo más de los que llevamos viviendo en esta ciudad durante siglos, porque aquí nací yo, mi hermano, mi padre, mi abuelo y un sinfín de generaciones anteriores.
Si esos miles de viviendas abandonadas se pudieran adquirir a un precio razonable, si hubiera una bolsa joven de alquiler en el Casco, si hubiera incentivos económicos por abrir negocios en la zona amurallada, si las instituciones miraran de frente a los problemas, todo esto sería distinto y no estaría escribiendo estas líneas llenas de rabia e indignación.
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