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Toledo se mueve

Artículos sobre Toledo

Abundio nació en Toledo

Totalmente confirmado. Y no sólo él. También nacieron en la misma ciudad el señor aquel que asó la manteca, el  que se hizo famoso por vender el coche para ir a comprar gasolina e, incluso, otro hombre que pasaba los días dando pellizcos al agua.

 

 Supongo que esta afirmación, que revela datos hasta ahora desconocidos para la humanidad, requiere una explicación exhaustiva sobre los métodos de investigación seguidos y el posterior análisis de los resultados, por lo que a continuación detallaré cómo he alcanzado esta conclusión.

 

Los motivos que me llevaron a investigar al respecto fueron llegando lentamente a lo largo de los años, pues ya desde niño me sorprendió la asombrosa capacidad que demuestra esta ciudad para eliminar todos los aspectos valiosos con los que cuenta.

 

El primer éxito que recuerdo en esta materia, y que es en mi opinión el más destacable, fue el abandono progresivo en el que hemos sumido al Casco Histórico. Se permitió que centenares de casas empeoraran su estado gradualmente hasta provocar la huida de los habitantes de las mismas, después se trasladaron la mayor parte edificios públicos a las zonas nuevas de la ciudad y, por último, se construyeron centros comerciales que acogieran a miles de visitantes mensuales, restando público a los establecimientos instalados en la parte antigua de la ciudad.

 

Otro éxito importante es la imagen urbanística de Toledo. Lejos quedó aquella ciudad congregada en torno a sus iglesias y monumentos, que crecía lentamente más allá de las murallas, respetando el entorno natural incomparable de la zona conocida como Los Cigarrales, y se transformó en un conglomerado de viviendas unifamiliares idénticas y abigarradas, cuya obra cumbre del nuevo urbanismo lo encontramos reflejado en el complejo hotelero “Cigarral del Bosque”.

 

Y cómo olvidar el AVE, esa joya de la ingeniería que es el tren de alta velocidad, comunicando nuestra ciudad con la capital de España en poco más e veinte minutos, a costa, claro está, de suprimir la línea convencional de ferrocarril que nos comunicaba también con Madrid en 60 minutos deteniéndose primero en localidades como Añover de Tajo  o Aranjuez.

 

Y fue entonces, sólo entonces, cuando esta innovación tecnológica era presentada como la panacea de los toledanos, cuando reparé en que todas estas actuaciones negligentes que había observado en mi ciudad desde mi niñez, parecían tener sentido.

 

No era casualidad que las administraciones anunciaran la próxima creación de decenas de miles de viviendas, la construcción de nuevas superficies comerciales y la implantación de nuevos servicios. No era casualidad que el precio de la vivienda empezara a subir exponencialmente, ni que los madrileños comenzaran a considerar a nuestra ciudad como un lugar interesante donde fijar su residencia.

 

Ahora ya está todo claro. El objetivo de nuestros políticos es incrementar la población de la ciudad a cualquier precio y, lograr eso, teniendo cerca una ciudad como Madrid, saturada y con unos precios desorbitados, es muy sencillo.

  

Como era de esperar, dadas las circunstancias del mercado actual, la estrategia desarrollada ha resultado todo un éxito, y el mensaje ha llegado a su destinatario. Toledo, si nadie lo remedia, se convertirá en una nueva ciudad dormitorio.

 

Con el fin de adaptarme a la nueva situación que, sin duda, me tocará vivir, he decidido indagar sobre este tipo de municipios. Sin embargo, y en contra de lo que preveía, las pesquisas han sido muy breves.

 

Decidí escoger, de forma aleatoria, uno de los municipios más representativos de entre todas las ciudades dormitorio existentes, y la suerte me llevó a la ciudad de Getafe. Leyendo el primer párrafo del discurso de presentación del municipio en la página oficial del Ayuntamiento, el alcalde, Pedro Castro, afirma que Getafe “pasó de ser municipio industrial y ciudad dormitorio a convertirse en una ciudad universitaria”.

 

No contento con estas declaraciones, y haciendo uso de la memoria, recordé dos entrevistas aparecidas en la prensa local toledana durante el presente mes de agosto a los alcaldes de Gálvez y de Valmojado.

 El primero de ellos, en una entrevista publicada en la edición toledana del diario ABC el día 14 de agosto, responde que “crecer por crecer es una barbaridad y vamos a poner las bases para tener un pueblo con una calidad de vida envidiable y que no se convierta en una ciudad dormitorio”, algo parecido a lo afirmado por su homólogo de Valmojado diez días antes en el mismo medio de comunicación, donde manifestó que “tras todas estas obras, Valmojado sufrirá un gran cambio. Pero lo que no queremos es que se convierta en una ciudad dormitorio” 

No me hizo falta continuar investigando al respecto para deducir que el hecho de que un municipio sea considerado como una ciudad dormitorio de otro, no es positivo, pues lleva consigo implícita la afirmación de que la dependencia de esta ciudad sobre otra es tan alta, que depende de ella en exclusiva para su desarrollo.

 

Sin embargo, es innegable que ser una ciudad dormitorio aporta ventajas suculentas a corto plazo, pues implica que residen en tu ciudad un conjunto de personas que trabaja en otro municipio diferente al nuestro,  utilizando todos los servicios públicos del mismo, pero reportando todo su bienestar económico en la ciudad, ya sea en forma de impuestos o de consumo, en la llamada ciudad dormitorio.

 

Por eso, y conociendo la “talla moral” de nuestros políticos y la solidez de sus valores morales, no es de extrañar que hayan accedido a sacrificar gran parte de la identidad de la ciudad por un puñado de euros, cegados por los "beneficios" inmediatos e hipotecando el futuro de la ciudad en todas las facetas de la misma.

 

Y en el preciso instante en que comprendí este proceso, que ya duraba varios años, comprendí que la estulticia y necedad de nuestros políticos era de un grado tan elevado, que sólo era comparable al grado que alcanzan sus ciudadanos, que cada cuatro años eligen a unos políticos, sean del signo que sean, que anteponen fines económicos a la historia y el porvenir de la ciudad.

 

Tras comprobar, por tanto, que en la ciudad de Toledo todos somos tontos, ya que de otra forma no sería posible que tuvieran lugar los sucesos que aquí acontecen, y que en otros municipios sólo cuentan con uno, el famoso “tonto del pueblo”, puse fin a esta investigación y deduje que la probabilidad de que Abundio y otros tontos ilustres hayan nacido en Toledo, es infinitamente  mayor a la que tienen el resto de municipios.

Nota del autor: Afortunadamente, la paralización de obras como la que pretendía llevarse a cabo en la Vega Baja aportan cierta incertidumbre a esta investigación. Espero que haya muchas otras “vegas bajas” en mi ciudad que me hagan pensar que el único tonto de la ciudad soy yo, por haber escrito el anterior artículo.

                

Toledo en Fiestas

Revisando el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española encontramos en la cuarta acepción de la palabra “fiesta” la definición de ésta como “diversión o regocijo”.

 

Si continuamos un poco más con la lectura y nos adentramos en la quinta acepción, se amplía esta definición afirmando que la fiesta es “regocijo dispuesto para que el pueblo se recree”, mientras que la sexta acepción concluye que se trata de “una reunión de gente para celebrar algún suceso, o simplemente para divertirse”.

 

He decidido revisar este concepto no por el desconocimiento del mismo, motivo habitual por el que utilizamos los diccionarios, sino porque temía que el significado que yo asignaba a esta palabra no se ajustara estrictamente al adecuado.

 

Lamentablemente, y tras comprobarlo con el diccionario de nuestros académicos, el término fiesta aparece ligado, tal y como sospechaba,  a los conceptos de diversión y regocijo.

 

Puede que algunos se pregunten el porqué de este dilema lingüístico, pero si les digo que en estas fechas tiene lugar la celebración de las Ferias y Fiestas de 2006 en Toledo, muchos entenderán mi contrariedad.

 

En estos días de fiestas, o lo que es lo mismo, de “ocio y regocijo”, las actividades enmarcadas dentro de la Programación Oficial organizadas por el Ayuntamiento de Toledo y, en concreto, por la Concejalía de Festejos, son, cuanto menos, escasas y pobres, lo que no ayuda en absoluto a compaginar la definición de nuestra Real Academia con el sentido que las fiestas tienen en Toledo.

 

Por ello, se me ocurren dos posibles soluciones.

 

La primera de ellas sería enviar una carta a la Real Academia de la Lengua Española con el objetivo de que, o bien modifiquen las acepciones cuarta, quinta y sexta de la palabra fiesta, o bien añadan otra más en particular para la ciudad de Toledo.

 

Dado que según el Instituto Cervantes hay más de 380 millones de hispano hablantes en el mundo, considero complicado que modifiquen una acepción porque no se ajusta a la realidad de 70.000 personas y, por la misma razón, no se dignen a establecer una acepción para nuestra ciudad, pues crearía un precedente que traería complicaciones a la unidad del idioma.

 

Imaginen que dentro de la palabra fiesta encontráramos un epígrafe denominado “fiestas de Toledo”, y lo definiera como un conjunto de actividades monótonas, aburridas y rancias para los ciudadanos. Es posible que en estos tiempos de divergencias entre las distintas autonomías, los habitantes otras localidades como Gijón o Jaén, por citar dos al azar,  quisieran conseguir su propio epígrafe, lo que provocaría que los diccionarios multiplicaran infinitamente su tamaño quedando sujetos a continuos cambios y remodelaciones.

 

Por eso aporto una segunda solución, bastante más sencilla y, evidentemente, más fácil de llevar a cabo: mejorar las fiestas de Toledo con el fin de adaptarlas a la definición aportada por el diccionario en cuestión, es decir, provocando diversión y regocijo entre los ciudadanos de esta ciudad.

 

El problema de estas Ferias y Fiestas de Agosto de 2006 es que no son un problema aislado. Son un problema que se repite cada año por estas fechas y que afecta también a la celebración más importante de la ciudad: el Corpus.

 

En mi opinión la clave para que las fiestas de una localidad sean un éxito, con independencia del tamaño de la misma, es lograr la participación ciudadana. Para ello es necesario la creación de actividades atractivas para los diferentes grupos de edad, identificar las demandas de la población y los espacios más adecuados para su desarrollo, combinando la accesibilidad con el  bienestar vecinal y de los participantes.

 

Toledo presenta unas características físicas singulares que representa inconvenientes para la celebración de ciertos actos pero también ofrece evidentes ventajas. Es obvio que nuestro casco histórico, que cuenta con un entramado de calles estrechas y en pendiente no permiten la concentración de un gran número de personas en un mismo punto, pero también lo es que permite la celebración de pequeños actos e instalación de diversas actividades en distintos puntos del mismo. A esto debemos sumar, además, el atractivo que el casco tiene para los toledanos, tal y como comenté en opiniones anteriores, que hace que éstos no duden en desplazarse al mismo ante cualquier acto por escasamente atractivo que sea.

 

Pero el problema de Toledo con las fiestas no se circunscribe únicamente a que el Ayuntamiento no ofrezca actividades en un punto o en otro determinado, sino en que desde la Concejalía de Festejos tienen un problema de concepto muy grave.

 

Y es que el concejal del ramo, Fernando Cirujano, entiende el éxito o el fracaso de las fiestas en función de las actuaciones que trae a nuestra ciudad, cuando eso lejos de ser el motivo principal del éxito de las fiestas no deja de ser un mero complemento, pues no se puede cuantificar el éxito en función de quién viene a actuar o no, porque ese evento ocupa únicamente dos horas dentro del programa de fiestas.

 

Con el objetivo de completar dicho programa, El Ayuntamiento, como regidor de la ciudad, cuenta con la ventaja de ser el propietario de prácticamente todas las instalaciones deportivas de la misma, así como con la posibilidad de establecer cualquier zona de Toledo como espacio destinado a la celebración de las mismas.

 

Por eso, celebrar competiciones deportivas por barrios o a nivel general de la ciudad, organizar conciertos diarios con la Banda de Música Municipal, realizar actividades para niños y ancianos en los parques de Toledo y otras actividades de este tipo serían fácilmente llevadas a cabo por el Consistorio a muy bajo coste.

 

Otras opciones podrían ser la celebración de conciertos de grupos musicales de jóvenes de la  localidad, de escuelas de música privadas, exhibiciones de clubes deportivos, exposiciones temporales, seminarios, ciclos temáticos o permitir a grupos de jóvenes u organizaciones no gubernamentales el desarrollo de iniciativas propias.

 

Creo que otro factor clave para el éxito es la integración de los empresarios en la celebración de las fiestas de la ciudad.

 

Con tal fin, el señor Cirujano ha decidido que la instalación de seis casetas en el aparcamiento del Recinto Ferial que únicamente abren por la noche, es más que suficiente muestra de la integración de los hosteleros en las celebraciones de la ciudad.

 

Esto sirve de ejemplo de cómo se hacen las cosas en nuestra ciudad. Entiendo que los vecinos de ciertas zonas protesten ante el ruido y las molestias generadas por las grandes concentraciones de gente, pero ¿no sería posible establecer en distintos puntos de la ciudad casetas a bajo coste para empresarios de la hostelería con horario diurno y de tarde? Desde mi punto de vista se podrían instalar en el Paseo de Merchán, en la Puerta del Cambrón, en algunas calles y plazas del Casco Antiguo, por ejemplo, sin perturbar el bienestar de ningún ciudadano y tendrían un éxito notable de gente, al igual que las celebraciones de los días 24 y 32 de diciembre.

 

El problema, como cualquiera puede comprobar, no es muy difícil de solucionar, pero viendo como entiende las fiestas el Ayuntamiento de Toledo, cuyas únicas actividades consisten en el emplazamiento dentro del Recinto Ferial de un número cada vez más reducido de atracciones, tómbolas y puestos acompañados por algún concierto, la celebración de una misa el día 15 de agosto, la realización de dos pasacalles, un torneo de tenis de mesa y la emisión en el cine de verano de películas estrenadas hace más de un año de forma gratuita. Diversión y regocijo a raudales. (Invito a todos a que comprueben la generosa oferta de estas Ferias y Fiestas de 2006 en la página web de nuestro Ayuntamiento a través del siguiente enlace: http://www.ayto-toledo.org/cultura/feria/feria.asp)

 

En mi opinión el problema surge de la creación de un Recinto Ferial, no por el hecho en sí de construirlo, sino por la escasez de mirar de nuestros políticos y no entender a éste como un complemento, sino como un todo en el que centrar toda la actividad del evento, con escaso éxito por cierto.

 

Los feriantes afirman que las instalaciones son deficientes y amenazan con no volver a la ciudad de Toledo, algo parecido a lo que afirman los artesanos que acuden cada año en octubre a la Feria de Artesanía, pero Fernando Cirujano y José Manuel Molina, Excelentísimo Alcalde de Toledo, acusan a los primeros de tener intereses políticos y estar amenazados y a los segundos de negociar con otras ciudades para trasladar la Feria.

 

La participación ciudadana disminuye gradualmente y cada ocasión que se acercan unas fiestas oímos al Concejal de Festejos justificarse porque se acaba de incorporar al equipo de Gobierno (2003), porque el Corpus copa la mayor parte del presupuesto (2004) o porque se ha hecho lo que se ha podido dentro de que sus posibilidades son  limitadas (2006).

 

Y mientras todo esto sucede, mientras los jóvenes no muestran interés en las actividades y los mayores añoran aquellas tardes de feria en la Vega rodeados de toda la familia no acudiendo a un recinto que no es agradable, nuestros concejales, los que gobiernan y los que están en la oposición, pasean juntos por el Recinto Ferial felicitándose por sus actuaciones que nos proporcionan tanto regocijo y diversión.

 

Invito desde aquí a todos los lectores de este artículo a que escriban comentarios con posibles ideas para las fiestas en el futuro. Tal vez se pueda elaborar un documento para las próximas ediciones que aporten alguna idea a nuestros concejales.

El deporte en Toledo

No son buenos tiempos para el deporte en Toledo. Nunca lo han sido. Desde la década de los noventa el declive en esta materia es cada vez más patente. Ejemplos de ello los encontramos con la desaparición del Santa Bárbara, equipo de fútbol de los antiguos trabajadores de la fábrica de armas, o con  el cambio de sede del Caja Toledo, que abandonó el obsoleto pabellón del Salto del Caballo, hoy Pabellón Javier Lozano, y la ciudad de Toledo, para instalarse en la localidad vecina de Talavera de la Reina.

 

Sin embargo, como en nuestra ciudad la historia se repite frecuentemente, este verano hemos asistido a otros dos nuevos traslados con los casos del Baloncesto CEI y del Club Voleibol Toledo, convertidos ahora en el Club Baloncesto Bargas Siglo XXI y el Club Voleibol Bargas Atalia, respectivamente.

 

El proceso de negociación de este traslado ha sido ampliamente recogido por la prensa local, lo que no ha servido para que el concejal de deportes, Fernando Fernández Gaitán, haya sido capaz de impedir el abandono de Toledo por parte de estos clubes.

 

Sería muy fácil, tal y como ha hecho nuestro concejal, culpar al alcalde de Bargas de esta situación, pero, dejando a un lado una parte de razón que puede tener en esa afirmación, creo que nuestro Ayuntamiento peca del inmovilismo más absoluto en esta materia.

 

Desde mi punto de vista, no es acertado que los clubes deportivos tengan una dependencia total de las instituciones públicas, pienso que sí debe existir un cierto compromiso de las instituciones, aunque no únicamente en materia directamente económica.

 

Con esto quiero decir que el Ayuntamiento debería tratar de potenciar la implicación de las empresas con las entidades deportivas de la ciudad, algo que sucede en la mayoría de los municipios y localidades de nuestro país, dado el peso específico que, indudablemente, el Consistorio tiene, o debe tener, en la ciudad.

 

El problema con el deporte es evidente tanto a nivel de clubes como de instalaciones, de escuelas deportivas o de promoción. Nuestra ciudad adolece, en este aspecto, de una visión del deporte como una inversión de futuro a ningún plazo, ni desde un punto de vista social ni económico.

 

Es obvio que el fomento del deporte entre los más jóvenes, así como la facilitación a los ciudadanos de instalaciones y servicios necesarios para su práctica, es  una inversión para el futuro, pero también lo es el hecho de que un apoyo a un deporte o a una actividad deportiva concreta, puede provocar grandes ingresos a nuestra ciudad.

 

Un ejemplo de esto último lo encontramos en el ciclismo.

 

El día 18 de julio de 1959 un español es capaz, por primera vez tras más de cincuenta ediciones disputadas, de conquistar el Tour de Francia. Se trata de un ciclista nacido en Val de Santo Domingo, Toledo, y residente en la capital de la provincia, Federico Martín Bahamontes.

 

Esta victoria marcó un hito en el deporte español. El Tour de Francia es el mayor éxito que puede alcanzar un ciclista. Lograrlo garantiza al corredor contratos millonarios y estabilidad laboral de por vida.

 

Es posible que en España, tras las victorias de Miguel Induráin a principios de los noventa, se nos olvidara la dificultad que entraña esta prueba y, únicamente ahora, que han pasado diez años sin victorias y sin ni siquiera acercarnos a ellas, volvamos a valorar a nuestros héroes.

 

Los nombres de Bahamontes, Ocaña, Delgado y, por supuesto, Induráin, son referentes generacionales y, en mi opinión, se les debe tratar como tal, especialmente en aquellas ciudades pequeñas como es el caso de Toledo y Segovia, que no suelen contar con deportistas de élite.

 

Y es que Bahamontes, al igual que ocurre con Delgado, es desde el punto de vista de las relaciones públicas una persona de valor incalculable.

 

Bahamontes es una persona con muy buena imagen entre los españoles, asociada a valores como el sacrificio, el éxito y la superación, siendo también percibido como una persona humilde y cercana.

 

Además, el hecho de que cada vez que se cite a Bahamontes se haga precedido del nombre de su localidad, es una promoción tan importante que, cuantificada en términos económicos, sería altamente costosa. Por esta razón creo que, aunque fuera desde un punto de vista puramente económico, dejando a un lado homenajes y sentimentalismos, justificados en todo caso, habría que potenciar este vínculo.

 

Por ello, me sorprende que una ciudad cuya vinculación con este deporte debería ser absoluta, la Vuelta Ciclista a Toledo, apadrinada por nuestro Federico, haya estado varias ediciones sin transitar por las calles de la capital de provincia.

 

Es loable es esfuerzo del alcalde actual en esta materia de recuperar el fin de la última etapa para nuestra ciudad, pues es una carrera ciclista claramente deficitaria y con poca repercusión mediática, que a buen seguro le reporta más inconvenientes que satisfacciones y réditos políticos.

 

Sin embargo, no entiendo como este apoyo al ciclismo a nivel local, no se hace extensivo a nivel nacional, pujando por albergar una etapa de la Vuelta Ciclista a España.

 

Tal vez pueda parecer un asunto secundario y de escasa importancia, pero, económicamente, el hecho de que 200 ciclistas profesionales lleguen a la capital toledana implica que lo hacen con ella otras 200 personas entre personal de los equipos, periodistas y organización, lo que se traduce en ingresos para los establecimientos hoteleros de la ciudad, empresarios de gastronomía, tiendas de souvenirs, además de ofrecer un atractivo a los ciudadanos de Toledo. Por no hablar de los beneficios publicitarios y la repercusión mediática, ya citada anteriormente, fruto de la aparición de la ciudad en todos los medios nacionales, y que tal vez sea el punto más importante para celebrar estos acontecimientos.

 

Revisando datos e historia de la Vuelta Ciclista a España, vemos que Toledo ha sido final de etapa en, tan sólo, cinco ocasiones, siendo la última de ellas en 1988. Han pasado casi veinte años y un número considerable de alcaldes por nuestro Consistorio, pero ninguno ha considerado atractivo invertir 83.000 euros, el precio de ser final de etapa en la próxima edición.

 

Supongo que no faltarán demagogos que encontrarán la justificación a esta larga ausencia en que es preferible invertir en reparar las aceras, antes que en esta materia, pero el presupuesto en publicidad es amplio y seguro que permite ciertos ajustes, al menos cada diez años, para que los ciclistas lleguen a nuestra ciudad.

 

El problema en Toledo lo encontramos en que la búsqueda de soluciones imaginativas y alternativas a las opciones tradicionalmente ofrecidas es nula. Bajo el amparo del IV Centenario del Quijote, aún vigente, existen gran número de subvenciones y ayudas para todos los actos que colaboren a la promoción de la Comunidad Autónoma de alguna forma, así como otras iniciativas relacionadas con el medio ambiente, energías renovables o de conservación del patrimonio, que aparte de reportar beneficios a los ciudadanos, colaboran a mejorar la imagen de la ciudad.

 

Sin embargo, y muy a mi pesar, creo que no será posible a corto ni medio plazo la realización de ningún evento ni actividad de estas características, ni ser sede de una etapa de la Vuelta Ciclista a España, o  evitar la marcha del Club Baloncesto Polígono o cualquier otro club a otra localidad, así como tampoco lo será que se creen nuevos espacios deportivos, ni se apoye nada, absolutamente nada, que tenga alguna relación con el deporte.

La Universidad en Toledo

La Universidad dejo de ser hace tiempo un reducto para las clases sociales más favorecidas. Hoy, afortunadamente, es cada vez mayor el número de personas que puede acceder a ella, por lo que su representatividad en la vida social de la ciudad es muy importante. 

Según datos del Ministerio de Educación cerca de un millón y medio de jóvenes cursan en estos momentos sus estudios universitarios. La lucha de las distintas universidades por tratar de conseguir el máximo número de estudiantes posibles es cada vez más feroz, especialmente ahora que la reducida tasa de natalidad de los ochenta provoca un descenso progresivo cada año en este colectivo. 

No es de extrañar, por tanto, que las Universidades, amparadas por las administraciones correspondientes e instituciones privadas, traten de captar estudiantes para conseguir mayores subvenciones y ayudas públicas, mientras que la ciudad y su vida económica y social se benefician de esta circunstancia. 

Y es que, tanto los estudiantes universitarios que cursan sus estudios en su ciudad de nacimiento como los que se desplazan a otras ciudades, dotan de un ritmo singular a estas localidades receptoras. Pero, además, estos últimos alquilan pisos o viven en residencias, compran en la ciudad, emplean sus servicios y desarrollan todas las actividades de ocio en la misma. Por esa misma razón debe ser prioritario atraer a éste y a otros sectores a nuestra ciudad. 

Ejemplos de ciudades que han sabido atraer durante años a este grupo social son muy conocidos a nivel nacional. De este modo encontramos a Salamanca, Santiago o Granada, con las que es muy difícil competir por razones, principalmente, de prestigio, exagerado, por cierto, en muchas ocasiones. 

Pero existe otro número importante de ciudades de tamaño medio, tales como Cádiz, Oviedo, Badajoz, Alcalá de Henares o Santander, en las que residen miles de estudiantes de otras provincias.  

¿Por qué esto no ocurre en Toledo? Las razones son múltiples. 

Una de ellas en que no existe una apuesta decidida desde la Junta de Comunidades por apostar por esta institución. A diferencia de otras Comunidades Autónomas, como Castilla y León o Andalucía, aquí no contamos con una universidad diferente para cada provincia, sino que la misma abarca a todas las de la Comunidad, a excepción de Guadalajara. 

Este hecho no debería significar un problema, si no fuera porque la Junta de Comunidades debe distribuir entre todas las sedes de las diferentes provincias, consiguiendo que muchas de ellas adolezcan de una oferta atractiva en número y en calidad. La importancia de este hecho es enorme, ya que la adjudicación de una carrera a una sede determinada, complica la posibilidad de que esa misma disciplina se imparta en otra sede de la misma universidad. 

A esto hay que añadir circunstancias propias del absurdo, como que Talavera de la Reina se baraje como una posibilidad para ser sede de la Diplomatura en Turismo, cuando Castilla-La Mancha cuenta con dos ciudades Patrimonio de la Humanidad: Cuenca y Toledo. 

Otro problema se refiere a las vías de comunicación. Es cierto que se han hecho grandes esfuerzos en los últimos años desde el Gobierno Regional en este aspecto, como es la Autovía de Los Viñedos o la instalación del servicio Ciudad Directo, que comunica mediante autobuses y de un modo directo, todas las capitales de provincia de la Comunidad, pero habría que potenciar las relaciones entre las localidades cercanas como el caso de Talavera de la Reina y Toledo, por ejemplo, cuya separación geográfica de ochenta kilómetros se traduce en más de 90 minutos de un autobús que, además, no goza de la frecuencia necesaria.  

En mi opinión, la relación con esta localidad debería ser bastante más fluida en ambas direcciones para potenciar el flujo de personas y capitales, tal y como hacen Oviedo y Gijón, Cádiz y Jerez de la Frontera o Cartagena y Murcia, por citar algunos ejemplos. 

Sin embargo no es únicamente culpa de la Junta de Comunidades, lamentablemente, pues si el problema se circunscribiera a una sola administración la solución sería bastante más sencilla. 

El Ayuntamiento, con su inmovilismo habitual, no ha sido capaz de garantizar a sus ciudadanos de un servicio tan básico como un autobús que llegue a la Universidad desde los distintos barrios. Y es que, aunque a este gobierno le parezca extraño, no todos los jóvenes tienen coche, y la distancia que separa los barrios de San Antón, Buenavista o la Avenida de Europa del Campus de la Fábrica de Armas no es pequeña, especialmente si la temperatura sobrepasa los cuarenta grados en junio, o no alcanza valores positivos en invierno, algo relativamente habitual en nuestra ciudad. Y todo esto por no hablar de barrios más alejados como Santa María Benquerencia o Santa Barbara. 

Pero existe un dato aún más esclarecedor. Este Campus comenzó a funcionar como tal en 1999. Desde entonces, y hasta la fecha, no se ha incorporado acerado ni iluminación en los accesos principales, como la calle de San Pedro el Verde, siendo necesario atravesar un descampado u optar por un camino alternativo que incrementa la distancia considerablemente. 

Sin embargo la urbanización de esta zona ha mejorado en los últimos meses. ¿Cuál es la razón? ¿Le han comenzado a preocupar a nuestro alcalde los estudiantes y los vecinos de esa zona de la ciudad? Puede ser que sí, pero intuyo cierta relación entre esas obras y la urbanización de la Vega Baja, aunque este tema requiere un trato aparte. 

El otro agente implicado es el sector privado pero, claro, hablar en Toledo de que una empresa privada invierta en esta ciudad, sin pretender obtener beneficios desorbitados, es poco menos que una utopía. Creo que nuestros empresarios no han oído nunca hablar de la Responsabilidad Social Corporativa y, salvo algunas cajas de ahorros, no he visto ni un acto de estas características en mi ciudad. 

Se puede admitir tener una Universidad compartida con cuatro provincias y numerosos campus universitarios repartidos por otras localidades de la Comunidad, se puede admitir la falta de ayudas y subvenciones, la escasez de interés de una de estas instituciones, el inmovilismo de los empresarios y las empresas de la ciudad, pero lo que es inadmisible es que en Toledo, se den cita todas esas circunstancias. 

Sin embargo, el problema tiene una solución tan sencilla como imposible de realizar, pues requiere un ejercicio de diálogo entre todas las partes que, tal y como se ha visto en circunstancias parecidas, no tiene visos de producirse a ningún plazo.   

El Turismo, Toledo y los toledanos

El turismo está considerado, acertadamente, sin duda, como un elemento dinamizador del desarrollo de los pueblos. Un claro ejemplo de ello lo encontramos en el avance económico que supuso para nuestro país, la masiva afluencia de turistas a partir de los años 60 y 70.

 

Sin embargo, casi medio siglo después de estos hechos, parece claro que hay que encontrar un punto de equilibrio entre el número de turistas que recibe un núcleo determinado, el bienestar de los ciudadanos y todos los servicios que se ofrecen, encuadrado todo esto, como no, en un marco ambientalmente sostenible.

 

Y esto no es fácil. En España contamos con un ejemplo para cada tipo de barbaridad en materia de turismo: Desde el punto de vista de la masificación, del urbanismo o de la explotación de recursos naturales. Mallorca, Marbella o la costa murciana dan buena cuenta de ello.

 

Sin embargo, existe otro modo de romper el equilibrio menos conocido y no muy frecuente, pero altamente destructivo, como el que tiene lugar en Toledo.

 

El punto de partida es una concepción negligente de los intereses del turista y de la oferta de la ciudad. Aquellos que sostienen este pensamiento, que son la mayoría de los concejales del Ayuntamiento de Toledo, con independencia de su color político, creen que los intereses del turista son, únicamente, visitar aquellos lugares de singular belleza e importancia.

 

Creen que solo el mero hecho de contar con el Alcázar, la Catedral y otros lugares de interés excepcional, como la judería con sus dos sinagogas, La Casa-Museo del Greco o la Mezquita del Cristo de la Luz, justifica la visita a la ciudad.

 

En mi opinión la existencia de esos monumentos y otros más justifica la visita a la ciudad, pero, si esto no se complementa con otros elementos, será imposible aumentar el número de pernoctaciones y el grado de satisfacción del turista o visitante, así como que nuestra ciudad sea considerada como un lugar al que merezca la pena visitar de nuevo.

 

Y es que entre visita y visita, el turista descansa a tomar un café, a comer y, cuando acaba de visitar la ciudad, sale a cenar en algún restaurante o va a tomar una copa a algún bar o terraza. Y, además, le gusta hacer todo esto acompañado por los habitantes de la ciudad y, si es posible, en un entorno lo más bello posible.

 

Todo eso es lo que falla en Toledo. Concebimos la oferta como un conjunto de  monumentos de forma aislada y, al turista, como alguien interesado, exclusivamente, en la visita de los mismos, y no entendemos que, para que el turismo que viene a Toledo desee volver, tenemos que dotar al Casco Antiguo, que es el entorno por el que se mueven estos visitantes, de tiendas en las que comprar, bares y restaurantes adaptados a todas las capacidades económicas, actividades de ocio y, en primer lugar, de toledanos y toledanas.

 

Por esa misma razón, fue un error trasladar ciertas carreras al Campus de la Fábrica de Armas, porque se expulsó con ello de esta zona de la ciudad  a cientos de jóvenes, como también lo fue instalar en la zona moderna de la ciudad la mayor parte de las Consejerías. Creo que fue otro error apostar por un centro comercial más propio de las ciudades dormitorio que circunvalan Madrid, y no promover la instalación de estos negocios en las calles de nuestro Casco, como también lo fue la desaparición del mercado medieval y permitir la ausencia de cines dentro de las murallas, así como el traslado del mercadillo semanal al Paseo de Merchán.

 

Y podrán decirme que ahora todo es más accesible y que el colapso de tráfico sería diario de haber realizado mis propuestas, que no había lugares para la instalación de Facultades y que los cines nuevos son más modernos y mejor adaptados.

 

Obviamente en ese argumento habría parte de razón. Pero yo creo que no es del todo acertada. Pienso que este tipo de decisiones están matando el Casco Antiguo de la ciudad y han sido tomadas ante una ausencia absoluta de soluciones imaginativas, que las hay.

 

Y es que a lo largo de mi vida he visitado decenas, cientos de ciudades. Entre ellas Roma, París o Estambul. Puedo asegurar que ninguna de ellas, le hace sombra a la mía. Toledo no tiene nada que envidiar a ninguna de las tres anteriores, ni a ninguna otra ciudad del mundo en cuanto a potencial se refiere. Sin embargo he visto demasiadas ciudades que, con un potencial insultantemente inferior, sacan partido de un modo envidiable a sus atractivos.

 

El Casco Antiguo está absolutamente vacío. Vive en él una quinta o sexta parte de la población que lo habitaba hace treinta años, y eso siendo generoso. Hay cientos de edificios vacíos y en estado ruinoso. Desde pequeñas casas de particulares a ingentes edificios que bien podrían albergar, previa reforma por supuesto, edificios públicos o privados.

 

Nos hemos olvidado, mejor dicho, se han olvidado, de que la ciudad es nuestra, de los toledanos. Yo quiero una ciudad llena de turistas, pues soy consciente de que aportan unos ingresos considerables y dotan a la ciudad de un carácter especial, pero quiero turistas satisfechos, apartados de esa oferta de precios abusivos y baja calidad y, para ello, es necesario que se preocupen algo más de los que llevamos viviendo en esta ciudad durante siglos, porque aquí nací yo, mi hermano, mi padre, mi abuelo y un sinfín de generaciones anteriores.

 

Si esos miles de viviendas abandonadas se pudieran adquirir a un precio razonable, si hubiera una bolsa joven  de alquiler en el Casco, si hubiera incentivos económicos por abrir negocios en la zona amurallada, si las instituciones miraran de frente a los problemas, todo esto sería distinto y no estaría escribiendo estas líneas llenas de rabia e indignación.